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27 Dejar de amar a una mujer es tanto como odiarla violentamente. Teófilo Gautier   por   Alguna
 
 
AnaAbregu 9/22/2011 | 12:56:17 p.m.  
 
Hay cosas que mejor sólo una
cuento, relato, literatura
Tags:
  Literatura   cuento   relato   Ana Abregú   literatura latinoameicana   escritora argentina   escritora latinoamericana   escritores latinoamericanos
 

Tengo una amiga, la Ombligos, que suele pararse en la puerta de la cocina, con una cerveza en la mano, dándole sorbos cortos a la botella.

Mientras yo me quedo tirado, viendo tv, ella suele reflexionar, mirándome pero sin mirarme, no sé, con los ojos encima de mí pero sin estar yo.

Lo descubrí, porque un día me levanté de improviso y los ojos de la Ombligos se quedaron ahí mismos, como si la cáscara de mí todavía estuviera rascándose en el mismo lugar.

Las reflexiones de la Ombligos te incomodan, porque te ponen a pensar cosas espeluznantes; generalmente no te explica mucho más allá; sus reflexiones son como posdatas, palabras que tira ojeándote como si vos fueras un buzón en donde ella deposita misivas perturbadoras. Decía por ejemplo: cuando yo te digo que  recuerdo mi anterior vida, ¿te produce lo mismo si te digo que recuerdo mi vida anterior?

Cosas así, yo, la verdad, le echaba una de esas miradas que quieren decir te escucho pero no sé qué contestar, pero de todos modos no importaba, no creo que la Ombligos esperara respuestas.

Otro ejemplo que recuerdo es: Es curioso que ebrio te llena, libre Letonia y el notable ríe  pertenezcan a bella oriente.

Frase que recuerdo por fonética, me suena como un poema, y me pareció atractivo oírlo. Tuve la idea de que era una frase que serviría para disfrazarse de interesante delante de las chicas. Aunque confieso que nunca la usé, algún tipo de escrúpulo me lo impedía y el temor de que me viera en la obligación de explicar el significado.

El caso es que me acostumbré a que ella viviera dos vidas, una cuando no esta en estado de reflexión y otra cuando es una voz, una historia, una compañía, una amiga que escucha, entrando y saliendo de mi vida como se entra y se sale de momentos, que luego, cuando se quieren reponer escribiendo, se desvanecen o se mezclan, y uno se queda con la sospecha que se los inventa.

Un día, no sé por qué, quedó en llegarse hasta casa y no apareció. 

Ese día la extrañé; al día siguiente la extrañé más, al tercer día; me di cuenta que no sé por qué nunca tuvimos sexo con la Ombligos, éramos amigos, hasta ese momento, pero se ve que la ausencia no es falta de alguien sino todo lo contrario, es llenarte de alguien, tanto que cuando no está el cuerpo te lo pide; desde ese día me prometí que la próxima vez que viera a la Ombligos, sería mía.

Escribí sería mía, porque lo escribí, por gusto retórico, en mi mente eran otras las palabras, más fuertes.

Al cuarto día apareció la Ombligos, y antes que se agarrara una cerveza de la heladera, y se pusiera a hablar en clave, como suele hacer, la miré, le planté un beso de esos que testean el terreno; la Ombligos no me rechazó, así que la agarré de la mano y tratando de no soltarle la mirada, porque en el fondo temí que apareciera la otra, la metí en el cuarto.

Cual no fue mi sorpresa al desnudarla, la Ombligos, como era de suponer, para alguien más perspicaz que yo: tenía dos.

Sí, esa hondura maravillosa, de curvas a destiempo, en el que me gusta meter la lengua, pozo en el que caigo con un placentero vértigo: el ombligo, estaba duplicado.

La Ombligos tenía dos nudos.

A otro quizás le hubiera causado un doble placer, pero a mi, la verdad, me desconcentró, y de pronto me di cuenta que hay dos pechos para dos manos, dos piernas para dos piernas, una nariz contra otra nariz, pero cuando tenés una sola lengua para dos ombligos las geometrías te embarullan las intenciones.

No hubo caso, ante la indecisión de mi lengua, en el resto de mi cuerpo se instaló el desenfoque, nos volvimos asimétricos e inconexos; como tratar de meter un cubo en un mundo plano.

La duplicación de nudos traicionó la interpretación que mi deseo extraía del cuerpo de la Ombligos mientras fue un pensamiento.

A la Ombligos la crearon dos veces, o algo más sofisticado: la madre, o todos los tientos de la madre la sostuvieron a la Ombligos amurada, la hicieron con demasiado amor, el amor de no soltar, que a la Ombligos le dejaron las amarras.

Para zambullirte en el cuerpo de la Ombligos había que hacerse a la idea de ir amplificándose en la improvisación, y yo sentí que me faltó el natural sentido de la distinción para percibir lo extraordinario. El ombligo único, es objeto de natural lujuria, el centro neurálgico alrededor del cual se crea toda una mujer entera, me hizo poner en duda la noción de generosidad de la naturaleza.

Sencillamente dos ombligos envía señales equivocas, una ambigüedad incoherente; a nuestro cerebro le gusta deleitarse con la anticipación, armarse con la idea que se alimenta con la experiencia y se recrea en el lenguaje, había que inventar palabras nuevas para describir a la Ombligos, y hasta que no pudiera convertirla en relato, no podría, supuse, resolver el desconcierto de mi cuerpo enfrentado a esa contradicción.

La Ombligos era improbable.

Contradecía principios fundamentales. La Ombligos debería bambolearse, perder equilibrio, deformarse incluso, tal como cuando la tierra se aplana en los polos por tener dos focos elípticos en la trayectoria en la que orbita.

Ahora pienso que ella, a veces, habla como si fuera otra porque, tal vez, hay dos ahí, metidas en un mismo cuerpo, la única evidencia de ello es la duplicidad del ombligo y la voz de la otra dialogando en apostillas en la puerta de mi cocina.

 

Ana Abregú.

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Este obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.

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